lunes, 12 de septiembre de 2011

Reliquias,


Me gusta comprar libros viejos, cada uno tiene su historia, si eres bueno observando, si sabes leer de verdad, tienes entonces la facultad de poderla escuchar; es que los libros son celosos en cuanto se refiere a esos misterios, a esas anécdotas… de aquellos momentos.

Tardes soleadas en un parque o en un café con el bullicio de la calle, u ocasos húmedos y nublados en la comodidad de la casa. Momentos de intimidad o de completa apertura, de catarsis, de amor, también de furia; todo esto lo narran en sus hojas. Los simples y agiles dedos de otra persona que los recorrieron hasta el más mínimo intersticio, ojos excitados o llenos de estupor.

En ocasiones sus antiguos dueños dejan clara muestra de su existencia, una hoja doblada, o subrayada, anotaciones que en ocasiones son inentendibles, incoherentes, que no tiene relación alguna con el tema… como por ejemplo aquella ágil, breve y graciosa anotación que contrasta con el reto de notas graves e incluso toscas. “27 48 54 2” veintisiete, cuarenta y ocho, cincuenta y cuatro, dos. ¿Qué relación podría guardar con todo lo demás? Ahí abandonada, sola, justo al final del libro, después de la bibliografía y las anotaciones del autor.

¿A qué acontecerá ese pequeño mensaje? Que era guardado celosamente por el libro en su intimidad.

Quizás el texto le pertenecía a un chico, joven, alto, no muy guapo, pero sin duda alguna simpático. Iba al trabajo y en medio del alboroto de transporte público de la ciudad de México, se encontró con aquella chica que se dirigía a la escuela.

Ella de tez morena, esbelta, con una sonrisa perfecta, una réplica original y grandiosa de la mujer latinoamericana, que se levantan orgullosas pese a la patria subdesarrollada. Sus ojos, ¡vaya con sus ojos!, poseen una mirada cansada, pero no por falta de vida o de ganas, en sus ojos se refleja la vista de una niña cansada por las pocas horas de sueño, por observar siempre la misma farsa, asaltos, asesinatos, miseria, hambre, pobreza… son el pan suyo de cada día; pero al mismo tiempo reflejan, la convicción de que existe gente buena, que no todo es una gigantesca mierda, aunque su entorno se divierte contradiciéndola, ella re afirma su creencia ostentando ese rostro sonriente que resiste las penas.

Él se acerca, se aproxima, le pide su nombre, ella se lo da. Él esta hirviendo de vergüenza pero sigue en su cuestionario igual. Se habla de temas diversos, del tiempo, del tráfico, de lo estresante que llega a ser la vida y la ciudad, aunque muy en el fondo ninguno quiere llegar.

Con la misma sonrisa ya antes descrita, ella le dice que en poco tiempo tiene que bajar, sin más en la cabeza él se sincera, le menciona que es una mujer hermosa, que si tiene tiempo, un día cualquiera podrían quedar salir y quedar, él no se quiere morir sin antes tener la oportunidad, de perderse en sus brazos y si no se vuelve a encontrar ¡qué más da!

Ella un tanto sorprendida por aquella falta de inhibición y de lo que pareciera una completa demostración de sinceridad, le pregunta simplemente ¿tienes donde apuntar?

Él le extiende su libro y un bolígrafo, para que ella escriba justo al final de ese texto de Karl Marx…

Y sinceramente creo que no pudo existir un mejor lugar.

¿Qué les habrá deparado el pasado?



Radha Soami Sánchez Sánchez.

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