A fuera de un
hospital. (De cualquier hospital para el pueblo en México).
La sala de
urgencias abarrotada, parece que es el día predilecto para enfermarse. Una
persona cualquiera, no familiarizada con el ambiente en los hospitales
(evidentemente un hospital ubicado dentro de los cinturones de miseria), no
podría creer la cantidad de enfermos, accidentados y mujeres en labores de
parto.
Sin embargo,
la cantidad no es lo único impactante, afuera, el ruido se parece al de una
verbena, si la familia tiene suerte los niños están gritando y jugando con sus
efímeros amigos de un día (o una noche).
Las señoras y
señores se juntan para platicar:
-¿Y usted a
quien trajo?
-¡Ahhh!
-¡No me diga!
-¿Está muy
mal?
-¡Primero
Dios se va a curar!
Y viceversa,
casi todos los diálogos entre desconocidos que comparten preocupaciones y penas
son los mismos.
El Taxista,
insensible a los dolores de los demás, escucha cumbias o salsas, fuma, bromea,
lanza una que otra carcajada, mientras espera como buitre que el edificio le
escupa algún cliente, ya sea por el olvido de los papeles del enfermo "pa
que lo puedan atender", o por el asomo de salud procurada por los
precarios y rudimentarios remedios, de los carniceros que algún insensato llamó
médicos.
Una pareja
empieza a discutir por algún pleito doméstico inconcluso, dinero, estrés,
cansancio, impotencia o cualquier cosa. Llega la violencia:
Ella -¡A mí
no me tocas pendejo!
Él -¡Pues vas
y chingas a tu madre! (Empiezan a llorar algunos infantes).
El Valiente
-¡No la empujes hijo de puta!
Histérica -¿Qué
les pasa? ¡¡¡Esto es un hospital!!!
Ella -¡No se
meta, esto es de dos!
El Valiente, ahora
transformado por ella en Metiche -¡Pues pa pronto a chingar a su madre los dos!
Él- ¡Órele
hijo de la...! Vuelan los golpes. Salen a escena, más Histéricos e Histéricas…
Unas luces
rojas y azules alumbran las paredes, suben los gritos, crecen los reclamos. Los
Envalentonados por la presencia de las luces, hacen como si quisieran parar la
bronca. Llegan los pitufos con su cantaleta, como si la riña no fuera evidente
realizan la pregunta del imbécil: ¿Cuál es el problema?
Una pareja de
indigentes hacen nido fingiendo malestares, hoy el choro lo tira ella:
"Estoy
enferma, bien enferma, no sabe lo mal que estoy. Vengo de otro hospital, allá
me hicieron biopsias y análisis de todo ¡Y en todo salgo mal! Necesito que me
internen, que me den una cama ¡Pero que pase mi marido porque él me ayuda! Sin
él no puedo caminar… en el otro hospital perdieron mi expediente..."
Y así, quien
sabe cómo, consigue una silla de ruedas. Mientras, pacientes que apenas pueden
sostenerse, esperan de pie o son obligados a caminar. ¡Extraño fenómeno el del
hospital-miseria! Donde el enfermo espera en tortura durante 5 horas o más, y
el indigente es escuchado para la "diversión" de médicos, enfermeras
y camilleros.
Así transita
el día, mañana, tarde y noche. Así transitan los días… las mañanas… las tardes…
las noches… lenta, muy lentamente.
Si los
médicos se aplicaron e hicieron su tarea, el viacrucis dura unos días, unas
horas, cambiando cada tanto los actores pero no los personajes. Siempre está el
Pillo, ya sea el Rata Profesional (por vocación), o el que disfrazado de
Taxista, Vendedor, o Simple Charlatán se ha especializado en el arte de la
indiferencia y la indolencia. Todos ellos asumen cada tanto, el rol del Patán
sin Corazón; rufián que ve la desesperación de un ama de casa proletaria, que
no completa (nunca completa) por unos cuantos pesos para el medicamento, los
pañales, el agua, el suero, lo que sea… y como el boxeador que sabe dónde
golpear para dañar más, arroja palabras sin reflexionar –Pues si quiere Seño,
yo no la obligó a que me compre, ni puse malo a su enfermo, ya uste’ sabe si
prefiere quedarse unos pesos o que se componga su pariente.
¡Hijo de
puta! –Le grita sin voz, sin ojos, sin rostro -¡Hijo de puta! ¡Que se pudran tú
y toda tu estirpe! ¡Que se pudran una y mil veces! ¡Que se pudran al menos, de
aquí al infinito, de aquí al fin de los tiempos!
Y así, sin
decir nada (pues el pueblo siempre lo piensa y rara vez lo expresa), se va
caminando como todos; cansada.
Es ahí, en
ese momento, cuando las piernas le flaquean. Como pidiendo disculpas y
consideración, comienza otra letanía –Disculpe que lo interrumpa señor, tengo a
mi familiar enfermo, ahorita está internado... no me alcanza el dinero, tengo
que comprar (busca el nombre entre papales) … (no encuentra, sigue buscando) ¡Esto!
Pero cuesta mucho ¡70 pesos! No sé si me puede ayudar…- Y sale, siempre sale,
la solidaridad –no se preocupe jefe/jefa tenga esto no puedo darle más (en el
pensamiento: siga pidiendo, todos hemos pedido, ya va a completar).
El reloj
sigue su curso y la vida sigue pasando; en medio de las riñas, cumbias,
conversaciones de ánimo, Histéricos, Histéricas, Azules-cara-de-asco-hastío-cansancio
y vendedores ambulantes; siempre hay vendedores ambulantes, es quizás un rasgo
distintivo de un ambiente popular, adentro; los intoxicados, afuera; los
grasosos tacos de guisado.
¡Sale una
bocina! Anuncia que se regala pan, atole o café. Los famélicos, estresados y
cansados rostros de los familiares reciben la noticia con una mirada de asombro,
un hombre pequeño y fuerte, que por sus manos y sus comentarios (sobre mezclas,
lozas e ingenieros idiotas) no deja duda de ser albañil, dice a otro
desconocido ¡Mejor en el hospital voy a cenar! Se asoma la sonrisa de quien
entiende la situación. Reír es lo exacto, reír es lo correcto, reír es lo
natural, pero no se ríe, solo sonríe y mueve la cabeza, que es una seña, quizás
apenas un gesto, que no dice nada, pero uno sabe que todo lo entiende.
Una vez
agotados los alimentos gratuitos, sale un orador improvisado –Dios te ama
hermano, reflexiona y arrepiéntete de tus pecados, lo que hoy sufren tú y tu
enfermo, no es sino una prueba del Señor para enseñarte a ser humilde, para que
valores la vida que él te dio… ponte en sus manos, que se haga su voluntad. Lo
que comienza como un discurso de reflexión y esperanza rápidamente evoluciona a
uno del miedo y el odio –Los que no amén a Dios tendrán un suplicio que no
puede compararse con el dolor terrenal, porque el Señor es grande y justo con
los suyos, pero terrible con los que niegan de él.
Las palabras que
llegan como terribles sentencias, se interrumpen por una guitarra, que ayuda
cantar alabanzas... Aparece una camioneta con más panes, atole y café, más
incautados se acercan buscando saciar el hambre acumulada y quedan, como insectos
en una telaraña, prisioneros del iracundo discurso del predicador, sin poder
alejarse del balbuceo atroz, ya comprometidos por haber comido.
Un
Desesperado, masculino o femenino, recibe consuelo de un Inepto. -¡No se
preocupe! Es más fácil que se les muera una persona en el otro Hospital-miseria
que acá- El Desesperado mueve la cabeza, sabiendo que la intención es buena,
aunque la ejecución desastrosa.
Todo parece
surrealista... nada de esto puede ser real (como quisiera que nada fuera real).
Cualquier
crítico literario alejado de este momento dirá, “Un vano y estúpido intento de
escribir realismo mágico… el autor carece de imaginación, ha inventado una
absurda y ridícula situación".
Radha Soami
Sánchez Sánchez